viernes, 18 de marzo de 2011

Just a perfect pizza, just a perfect moment.

¿Alguna vez vivieron un momento sublime de comida?. Algo así como tener a el plato perfecto, en el lugar perfecto con la compañía perfecta?. Un éxtasis de sabor, color, aroma, temperatura, entorno, sonrisas, charla...Un momento único, inesperado, que se va conformando segundo a segundo, que nos va penetrando poco a poco hasta llegar a lo más profundo de nuestro ser. Una especie de nebulosa de placer que no sabemos si de repente : "pummmm", podría ser pinchada.... ¿Alguna vez vivieron algo así?, ¿Alguna vez se sintieron tan felices que recordaron a "ese plato" como "la comida perfecta"?. A mi me ocurrió este verano pasado...


"¿Vamos al parador tal que tengo unos amigos mios que trabajan en la cocina?", y ante la pregunta/invitación de "este muchacho" di mi acertada respuesta de "Si, obvio, vamos!". Luego de 30 minutos en un colectivo intervalneario, llegamos a la ruta a la altura del parador. Era la nochecita y el día había estado muy ventoso y nublado. Caminamos hacia adentro en búsqueda de dicho parador. Llevábamos look informal de día "nublado de playa". El parador estaba dividido en dos sectores: un gran parador sobre la playa con deck, techo de paja, grandes arañas lumínicas y sillones de rattan y otro parador restaurante unos metros hacia adentro; ambos interconectados por un camino de madera y antorchas. Luego de invitarnos, muy amablemente, con una gaseosa en el parador de la playa y tener una larga charla con un "anónimo" empleado del lugar que prontamente se hizo conocido, fuimos hacia el restaurante. El sol ya había caído y la arena volaba en todas las direcciones. Atravesamos el camino de madera protegiéndonos de la arena como pudimos. La idea era ir a el encuentro de un gran amigo de mi muchacho quien era el chef del lugar. Una vez dentro del restaurante fui presentada al chef y al ver que yo era "del palo", prontamente echamos migas. Que pim que pam...música de fondo...una graaan barra de madera, todos los costados del lugar con amplios ventanales, grandes lámparas colgando del techo, algunos sillones con tapiz de plush color violeta y una fiesta de disfraces, (que arrancaría más tarde), para los más pequeños que estaban parando en el complejo del parador. El cocinero a cargo nos invitó con una pizza al horno de barro y leños. Fuimos a ver como nos hacían la pizza y nos encontramos con una situación altamente pintoresca. Detrás del sector de la parrilla, se podía ver la gran, algo antigua y batallada cocina y, por delante, el sector de "El"... el pizzero, parrillero y multifacético joven cocinero llamado "Bruno".

Ya su aspecto invitaba a la charla. Detrás de el una gran parrilla de acero, a un costado el horno de barro, por delante una mesada de madera y una pequeña bacha, al otro costado una heladera bajo mesada y una gran estantería de madera blanca con vajilla. Bruno: sonrisa pintada en su fino rostro y unos revoltosos rulos que asomaban de su gorra blanca de cocinero. "Hola chicos", nos dijo, (nosotros apoyados en su barra mirándolo), "¿Van a comer una pizza?!". Irradiaba una mezcla de alegría más sabiduría más picardía. Con su cuerpo delgado y ágil comenzò "La danza de la pizza"... Sus piernas se bamboleaban y su delantal blanco de batallero no paraba de moverse. Yo comencé a hablarle. El movía su cuchillo y cada tanto lo limpiaba en un repasador que parecía ser su mano derecha. Para cuando la pizza estaba en el horno, ya habíamos intercambiado mucha información acerca de esa cocina, de la convivencia del grupo de cocineros, de hacer temporada, de trabajar en Montevideo, de la pastelería y demás... El joven Bruno termino hablando con mi muchacho de su banda de música y pasándole un demo que tenia cargado en su celular. De fondo las brasas ardían. En la otra punta del salón, un duo comenzò a sonar y la fiesta de disfraces de los picolinos dio otro toque de color a la noche. Finalmente, de la mano del gran Bruno, nuestra pizza, sobre una gran tabla circular de madera, llegó... Con mi muchacho nos miramos y supimos que aquella pizza nos daría recuerdos. Y no nos equivocamos...

Mientras tomábamos de nuestras botellitas de vidrio la gaseosa con la cual nos habían agasajado, comíamos aquella perfecta, fina, crocante, húmeda, caliente y sabrosa pizza. El aire tenía algo especial, nuestras miradas brillaban y la noche se volvió mágica. Luego de agradecer y prometerle al joven Bruno hablar sobre el en mi blog, saludamos al chef con invitación de trabajar junto a el en un futuro cercano. Nos fuimos agitando nuestras manos. Traspasamos los vidrios y el aire fresco nos hizo recordar que la noche estaba allí, que el tiempo existía y que los sueños pueden ser superados por la realidad.

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